Marrakech a través de los cinco sentidos

Cuando aterrizas en Marrakech y te cuelas en su Medina sufres una avalancha de sensaciones que afectan a todos los sentidos. En primer lugar, parece que hubieras usado una de las puertas del Ministerio del Tiempo y hubieras retrocedido varios siglos: las construcciones, las gentes, las ropas, los medios de locomoción, etc, no concuerdan con lo que estamos acostumbrados a ver en Occidente, lo que constrasta con el batallón de antenas parabólicas que se pueden ver en los tejados.

Marrakech es única, puede parecer muy turística pero lo increíble es que todo, su famosa plaza Yamma El -Fna y sus zocos, no están puestos para el turista, ya que los locales disfrutan de sus maravillas todos y cada uno de los días. Los marraquechíes son muy «callejeros», viven mucho en la calle, sobre todo con la puesta de sol y hasta horas más tardías de lo que estamos acostumbrados aquí. No puedo dejar de recomendaros que la visiteis y aquí os dejo unas recomendaciones fruto de mi viaje reciente allí, donde me apoyé en la pequeña guía de Lonely Planet «Marrakech de cerca».

Sobre las practicalities, viajábamos con Rynair, que tiene vuelos muy baratos, y nos alojamos en el Riad Hadda, que reservamos a través de Airbnb. Estaba justo a la salida de la Medina, por lo que había que andar unos 10 minutos hasta la Plaza Yamma El-Fna, pero era un remanzo de paz y el personal fue muy amable y atento.

Se puede reservar el transfer desde y hacia el aeropuerto desde el riad y, aunque es más caro que cogiendo un taxi o un bus, es más directo y te aseguras que no te vas a perder. Dentro de la Medina todo es accesible andando y fuera de ella, si quieres ir a algunos de los jardines o a la Ville Nouvelle, la parte moderna, puedes desplazarte en taxi que son baratos.

Aquí comienza nuestro viaje por los sentidos:

Vista: Marrakech es color, sobre todo en sus zocos, llenos de babuchas, caftanes, bolsos y otros complementos de cuero, cerámica, especias, aceitunas de varios colores, incluso rosas.

Los zocos con un espectáculo en sí, más allá de las ganas o intención de comprar, que también se puede, lo atractivo es el ambiente, las cosas curiosas que puedes comprar y la dinámica del regateo, un verdadero arte que se aprende en las escuelas de comercio. Algunos zocos están al aire libre pero otros están tapados con entramados de caña o incluso con techumbres de madera. Perderse es más fácil en este laberinto de callejuelas, plazoletas, tiendas con doble entrada, pequeños recovecos.

Puedes acceder a los zocos desde la omnipresente plaza Yamma El-Fna, el centró neurálgico de todo el espectáculo. Desde ahi, te encuentras con el primer zoco, donde están los vendedores de aceitunas, que las tienen expuestas de una manera muy apetecible. Aquí puedes adquirir los famosos limones confitados, que usan en la elaboración de la tangia, de la que hablaré más adelante. También hay vendedores de frutas secas, siendo reconocidos los dátiles de la zona.

Por la zona de la plaza de las Especies (Place des Epices) se encuentra una pequeña plaza que antiguamente fue un mercado de esclavos y que ahora ocupa un mercado de ropa de segunda mano. En las calles adyacentes se pueden encontrar pieles reales de cebras, antílopes, jirafas, leopardos, púas de puerco espín, y también animales vivos como camaleones, lagartos o tortugas, e incluso lechuzas.

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Otro de los atractivos de los zocos son sus tiendas de alfombras y tapices, que llenan las paredes de color y alegría. En algunas plazas de los zocos se pueden encontrar pequeños bares con terrazas en sus azoteas que permiten tener una bonita vista de la actividad de la calle.

En definitiva, la experiencia es los zocos ya sola bien merece la visita a Marrakech, es como entrar en otro mundo, lleno de color y cosas por descubrir. Lo que también es una experiencia en sí es tratar con los vendedores, que pueden llegar a ser verdaderamente insistentes y embaucadores. Te puedes agobiar un poco al principio porque basta que fijes tu vista unos segundos en un producto para que ya te metan en el puesto y te empiecen a regatear. A algunos les molestaba mucho que les ignores pero es que no es posible pararse en todos y cada uno de los puestos. Otra treta de los vendedores es no darte un precio desde el principio, sino intentar que vayas metiendo más y más cosas en la cesta de la compra con la promesa de que luego te harán un precio conjunto. El tema es que quieren venderte toda la tienda.

Si estás dispuesto a gastarte solo un poquito más pero quieres ahorrarte todo el agobio, el regateo y la insistencia de los vendedores de los zocos, te recomiendo visitar el Ensemble Artisanal, fuera de la Medina, justo en frente del Cyber Parc (un parque donde puedes tener conexión a Internet). Allí, además de poder ver a algunos artesanos trabajando, los precios son fijos. La verdad es que era un remanso de paz, tiene también una cafetería donde reponer fuerzas, y se puede comprar muy a gusto. También te puede servir para hacerte una idea de los precios justos, porque algunos vendedores de los zocos te pueden soltar una verdadera burrada en su primer precio y solo 2 minutos después habertelo bajado a una quinta parte.

Obviamente, una gran experiencia visual en Marrakech es la declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, la plaza Yamaa El-Fna. Hay varios sitios desde donde se puede tener una panorámica maravillosa pero estas fotos están tomadas desde el Balcón del Gran Café Glacier. Es obligatorio pagar una consumición para poder acceder a la terraza, pero las vistas merecen mucho la pena.

Olfato: Marrakech es un batiburrillo de olores. No sólo por la comida, como veremos más adelante. Los zocos están llenos de especias, siendo la más característica la mezcla Ras- el-hanout, que sirve para hacer mucho de sus platos típicos como el tajín o el couscous, y que, según los vendedores, lo usan las mujeres que no saben cocinar (debe de ser porque las que sí saben se hacen sus propias mezclas). El té verde con menta es otro de los olores que lo impregna todo.

Muy típico de esta zona es el aceite de argán, extraido de la almedrás de los frutos secos del argán, que vale tanto para cocinar (cuando está tostado, con un olor más intenso) como para uso cosmético (no se tuesta y en prensa en frío, con un olor más delicado). Lo venden por todas partes y hay que tener cuidado con la calidad. No es un producto barato de por sí, es escaso y cuesta su producción, por lo que desconfía de los precios excesivamente baratos. Cosméticamente es una maravilla ya que vale tanto para el pelo como para el cuerpo.

Otra curiosidad son los pequeño jaboncitos de ambar, que se pueden usar para el cuerpo pero también para los cajones, aromatizándolos y evitando los insectos.

Gusto: La gastronomía es uno de los platos fuertes (nunca mejor dicho) de Marrakech. Se puede empezar el día en la plaza Yamaa El-Fna tomando un zumo de naranja recién exprimido en algunos de los muchos puestos. El precio es extraordinariamente barato, 4 dirhams, que no llega ni a 50 céntimos. También se pueden tomar zumos multifrutas por 10 dirhams. Los precios eran exactamente iguales en todos los puestos. Los vendedores, normalmente muy amables, te intentan captar desde el puesto saludándote.

En la misma plaza, cuando la tarde cae, empieza su transformación en un gran restaurante callejero. Se despliegan cocinas y mesas, con camareros a la caza y captura de los clientes. Son realmente insistentes y se enfadan si los ignoras. Hay que mentalizarse antes de adentrarse entre los puestos. Finalmente, nos decidimos por uno donde tomamos couscous y la típica tangia. Sencillos pero muy ricos.

Cerca del zoco el Jeld, te puedes encontrar el increíble restaurante Le Jardin. Tiene una puerta a una calle principal, pero tiene también una posterior muy escondida, que parece que estás entrando en algún sitio clandestino. Dentro esconde un verdadero oasis. Un patio lleno de vegetación alrededor del cual se presentan las mesas. El precio es más elevado que otros restaurante pero muy asequible para los españoles, por lo principalmente tenía clientela extranjera (turistas y expatriados).

Pedimos pastilla, el típico hojaldre relleno de pichón y especiado con canela, couscous de pollo, y una deliciosa tarta de queso con gengibre, que no había probado nunca.

Haj Mustapha, justo en el zoco de las aceitunas, es un sitio muy auténtico y local. Por unos pocos dirhams se puede disfrutar de una tangia, carne de cordero especiada y con limones confitados, hecha muy lentamente en un recipiente de cerámica al calor de un hamman. El local era sencillo pero muy agradable.

Y sobre todo tenía una vista espectacular sobre el zoco, que a esa hora era todavía un hervidero de gente, turistas pero sobre todo locales.

Otro restaurante recomendable, aunque sea muy turístico, es Chez Chegrouni, en la misma plaza Yamaa El-Fna, justo en frente de la mezquita. Tiene una terraza muy agradable, los precios son buenos y la calidad muy aceptable. Interesante comer en las mesas que dan justo a la plaza e ir viendo el devenir diario de la misma: los niños que van y vienen del colegio, las madres haciendo la compra, chavales haciendo piruetas a cambio de unas monedas, personas ganándose la vida ofreciendo multitud de cosas a los turistas, etc.

Por supuesto no puede faltar en el apartado dedicado a la gastronomía marroquí, los deliciosos pasteles árabes. Los hay en multitud de sitios, pastelerías o restaurantes. Yo recomiendo, para una experiencia diferente, la Pasteleria Dounia, en el zoco Semmarine, donde puedes comprar los pastelitos normales y también con formas y colores de frutas y verduras muy atractivos.

Oído: Y Marrakech es bullicioso y jaleo. El mayor exponente de esta jolgorio es la plaza Yamma El-Fna. Solo a primera hora de la mañana está más tranquila, luego empieza a llenarse de gente, de los más variopintos estilos: Músicos y bailarines tocando instrumentos y bailando, gente haciendo juegos con botellas de refresco, vendedores que exponen sus productos en el mismo suelo, mujeres con jeringas llenas de henna o alheña dispuestas a tatuarte las manos.

Pero lo que llama poderosamente la atención son los encantadores de serpientes. Tienes que estar atento y escuchar la música de sus flautas o de repente puedes pisar a alguno de los asombrosos especímenes que hay por el suelo. También hay monos, vestidos con trajecitos, para hacerse fotos con los turistas, pero, sinceramente, me daban muchísima pena porque estaban atados y se les notaba muchísimo que no querían estar ahí.

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Las calles de la Medina son también un verdadero bullicio: no parece que haya una izquierda o derecha para conducir, y aunque no haya coches, te puedes encontrar bicicletas, motos, coches de caballos o burros, en el mismo espacio que comparten los transeuntes. Hay que estar muy atento para no ser arrollado por alguno de los vehículos.

Otro de los momentos sonoros de esta ciudad son las llamadas a la oración que realizan los muecíes desde los minaretes o almínares de las mezquitas cinco veces al día. Ponen un toque místico a ese rato, y si coincides en alguno de esos momentos pasando cerca de una mezquita, verás como los hombres incluso se colocan en la calle con sus alfombras y se ponen a rezar. La mezquita más conocida, cuya torre es la más alta de la ciudad, y se ve casí desde cualquier parte, es la Kutubía, que dicen que sirvió de modelo a la Giralda de Sevilla.

Y a igual que Marrakech es bullicio también es paz, se pueden encontrar verdaderos oasis llenos de tranquilidad a unos pocos paso del más estrepitoso escándalo. Paseando por la rue Mouassine nos topamos el Cafe Arabe, al que accedimos por unas escaleras. No podíamos creer lo que nos encontramos: una terraza, estilo chill-out, que a esas horas de la tarde era un remanzo de paz. Por la noche debía ser mucho más animada, ya que vimos que todas las mesas estaban reservadas. No obtante, el sitio era precioso y tenía unas vistas espectaculares de los tejados de la ciudad.

Parecido nos pasó con Le Salama, en la rue des Banques, justo al lado de la plaza. Entramos para tomar algo fresquito y descubrimos una agradable y bonita terraza con unas vistas preciosas. Por la noche tenían espectáculo gratuito de danza del vientre y volvimos a tomar unos cócteles (no en todos los restaurantes y bares sirven alcohol).

En plan más sofisticado recomiento el Piano-bar Les Jardins de la Koutoubia, el bar de este lujoso hotel de 5 estrellas, situado justo al lado de la plaza. Las mesas estaban en torno al jardín de la piscina y era un espacio mágico a pocos pasos del mundanal ruido.

Tacto:  No se puede marchar uno de Marrakech sin probar los maravillosos hammans. Los tradicionales son válidos para una experiencia más auténtica, son muy baratos y compartes con los locales, pero tienen horarios separados para hombres y mujeres. Los nuevos hammas son más al estilo spa occidental, más caros, pero asequibles para un presupuesto español, pero manteniendo el toque y las tradiciones árabes. Recomiendo el Medina Spa, que tienen un plan para parejas, donde primero te dan un baño tradicional, usando el jabón negro y la kessa, o guante exfoliante, y el rassoul, un barro muy hidratante. También te lavan el pelo y la cara. Es toda una experiencia: una señora venga a frotarte y echarte cubos de agua fría y caliente. Sales un poco acelerada pero menos mal que luego hay un masaje de una hora muy muy relajante. Al finalizar te agasajan con un delicioso te (y te regalan el guante para que lo uses en casa). No había tenido la piel más suave en mi vida.

Para experiencias más culturales, se puede visitar la Madraza Ali Ben Youseef, la Maison de la Photographie, el Palacio de la Bahia, el Jardin Majorelle y las Tumbas Saadies. Y pasear por los Jardines de la Menara, muy concurridos los domingos por las familias locales. Pero este viaje ha sido por los sentidos.

Y Marrakech está lleno de gatos, los hay por todas partes, de todos colores y edades. Aquí os dejo unos ejemplos.